Reportaje
Mujeres zapatistas se reúnen con feministas en Chiapas
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TUXTLA GUTIÉRREZ, CHIS.-: Del 8 al 10 de marzo se congregaron en El Caracol. / Agencia/archivo
TUXTLA GUTIÉRREZ, CHIS / 2018-03-11 08:30:00.- Cuando las mujeres se convierten en víctimas y mercancía, hay palabras que no pueden pronunciar frente a los hombres, por eso y porque necesitan espacios propios y autónomos, el pasado 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, las mujeres zapatistas inauguraron el “Primer Encuentro Internacional Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que Luchan”.

“Hoy, que el peor delito es ser mujer y la sentencia es la muerte, la vida es un volado”, por eso las zapatistas llamaron a las mujeres del mundo a reunirse y encontrarse en la zona autónoma de El Caracol de Morelia, lugar ubicado en el sureste chiapaneco. La idea de estar juntas es --y será-- entenderse y hacer crecer la rebeldía y la resistencia.

Después de viajes de hasta 42 horas en autobús y cargadas de casas de campañas, alimentos, agua, todo tipo de víveres e ideas, el 7 de marzo las mujeres provenientes de México y del mundo llegaron al Caracol, un espacio enmarcado en los montes chiapanecos que desde temprana hora se organizó para recibirlas.

Tras una larga jornada de recepción que se prolongó por la madrugada, el 8 de marzo a las 6 de la mañana comenzó la música que dio paso a las actividades logísticas: preparación de alimentos, lavado de ropa o dar un baño a las niñas y niños; dos horas después las mujeres de los pasamontañas tomaron los micrófonos.

Cada una vestía un uniforme que identificaba su rango y sus actividades: botas negras, pantalón verde olivo y camisetas cafés para las encargadas de la seguridad; camisetas rojas para las que están en la organización y las que llevan huaraches, faldas o vestidos, formadas en filas perfectas para escuchar a sus líderes y compañeras.

"Tal vez cuando regresen a sus mundos, tiempos y modos --dijo una de las zapatistas-- les preguntarán si hubo un acuerdo. Sí, acordamos vivir y vivir es luchar, entonces acordamos luchar. Acordamos volver a encontrarnos, el año que viene, en la tierra zapatista", dijo ella aclarando que no se trata de pronunciamientos, sino de compartir saberes.

Custodiadas por una cuadrilla de mujeres insurgentes y con las concejalas del Concejo Indígena de Gobierno como observadoras de honor, las zapatistas fueron leyendo las palabras que prepararon para contar cómo era su vida antes del levantamiento zapatista de 1994 y los cambios que lograron después de promover la autorización.

Dijeron cómo fueron excluidas de la lucha y cómo fueron fundamentales para hacer tortillas y preparar pozol para los hombres que se reunían en el monte.

También hablaron de la discriminación y de que lograron caminar junto a sus compañeros varones para que ambos hicieran tareas como cuidar a hijas e hijos.

Así se dieron cita académicas como Gloria Careaga, o Araceli Osorio, la madre de Lesvy Berlín Osorio, estudiante de la UNAM asesinada el año pasado en Ciudad Universitaria, en la capital de México.

Entre esa diversidad de mujeres, una de las oradoras habló de cómo es un monte de mujeres; y a modo de poema explicó que en los montes hay árboles de diferentes formas y tamaños: ocote, pino o cedro.

Como quien cuenta un cuento, dijo que cada uno de esos árboles no es igual y luego agregó que todas las mujeres son igual de distintas. "Diferentes colores, diferentes tamaños, diferentes pensamiento. Somos mujeres que luchan. Somos diferentes pero somos iguales", dijo.

Todas ellas en su diversidad viven en un sistema que hace creer a los hombres que ellas no valen lo mismo, donde se desprecia a quienes no saben leer o no han leído libros escritos por las feministas, por eso la invitación a partir de hoy y hasta el 10 de marzo es hablarse, escuchar, festejar, mirar y aprovechar el estar sin la mirada de esos varones que acostumbran ser jueces de lo que hacen las mujeres.

El llamado para el Encuentro que inició el 8 de marzo y concluyó el 10, fue a la provocación por parte de las zapatistas al movimiento feminista a quien pidieron reencontrarse, una vez más, para hablar, escucharse y organizarse.

A 24 años del levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), en el contexto del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, y en medio de la irrupción política que causó la primer mujer indígena que buscó la Presidencia de la República, María de Jesús Patricio; las indígenas, mestizas y extranjeras, se dieron cita durante tres días en el Caracol de Morelia, ubicado en Chiapas, zona indígena Tzotz Choj.

A propósito de este encuentro, Cimacnoticias realizó un recuento histórico de la participación de las mujeres en el zapatismo, su búsqueda en el reconocimiento de sus derechos, y su organización.

La investigación se hizo a través de la recopilación de documentos del Centro de Documentación “Adelina Zendejas” de CIMAC, publicaciones del suplemento La Doble Jornada y la documentación periodística del libro “Las Alzadas”, coordinado por la periodista Sara Lovera y Nellys Palomo.

“NO CLAUDICAMOS”

El encuentro se da ante la necesidad de tejer lazos en un país donde a diario, 7 mujeres son asesinadas y a cada momento brota a la luz pública un caso de acoso sexual. “Pero como quiera no tenemos miedo, o sí tenemos pero lo controlamos, y no nos rendimos, y no nos vendemos y no claudicamos”, esas son las palabras de las organizadoras.

Las mujeres que forman el Comité Clandestino Revolucionario Indígena de la Comandancia General del EZLN, las concejalas, juntas, promotoras, milicianas, insurgentas y bases de apoyo zapatistas, convocantes a esta reunión de saberes, pidieron a todas las mujeres, feministas, defensoras y ciudadanas, escucharse como forma de sanación y de acción.

Ahora que en México las víctimas y familias de mujeres desaparecidas, víctimas de feminicidio, acoso sexual, hostigamiento laboral, despojo de tierras o violencia del Estado han tomado la iniciativa de denunciar a policías, jueces, comunicadores y funcionarios, la idea es tomar bríos para saberse acompañadas y juntas, auto organizarse.

La cita fue singular: en una zona indígena y selvática, donde el autogobierno se hace cargo de las necesidades básicas como luz y agua y donde los hombres hicieron lo que socialmente no les ha tocado: cuidar a niñas y niños, preparar alimentos, hacerse cargo de la limpieza y estar en espacios considerados de servidumbre pero que para el zapatismo son base de la organización.

UNA VEZ MÁS NOS ESCUCHAMOS

Antes del levantamiento armado del EZLN la primera rebelión que cimbró a las comunidades chiapanecas y que después haría eco a nivel nacional fue las de las mujeres, la de aquellas que sin saber de Derechos Humanos decidieron que una revolución sin igualdad simplemente no podía ser.

El 8 de marzo de 1993 las indígenas hicieron el primer levantamiento cuando exigieron terminar con las costumbres que no les gustaban como ser violentadas y obligadas a casarse con hombres que no querían, o tener hijos que no podían cuidar. El resultado de esa rebelión que disgustó a algunos e hizo reflexionar a otros, fue la Ley Revolucionaria de las Mujeres.

Allí se mostró que las causas de los pueblos indígenas y de las mujeres no están alejadas y aunque poco se sabe, las mujeres fueron protagonistas invisibles de los acontecimientos que trascendieron las fronteras del país hace 24 años.

Lideresas como la comandanta Ramona y la mayor Ana María, tuvieron tareas vitales para el movimiento, y sus perfiles fueron inspiración para otras.

A un cuarto de siglo de distancia, el encuentro de mujeres en Chiapas no fue el primero en realizarse en nombre de la inclusión y contra la opresión. En los años seguidos al levantamiento armado de 1994, el movimiento de mujeres indígenas vivió un impulso y se realizaron varios foros y eventos involucrando la visión de las zapatistas.

En 1995 se reunieron en el Encuentro Nacional de Mujeres de la Asamblea Nacional Indígena para la Autonomía (ANIPA) para preparar su participación en el Foro Nacional Indígena y en la mesa de Diálogo en el municipio de San Andrés Larráinzar.
Allí trabajaron temas de participación política de la mujer, autonomía, derecho a la tierra, salud y derechos reproductivos.

Dos años después, en 1997, en Oaxaca, se formó la Coordinadora Nacional de Mujeres Indígenas en el marco del Encuentro Nacional de Mujeres Indígenas. Entre las exigencias estuvieron el cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés, la salida del Ejército mexicano de las comunidades indígenas, la reforma del artículo cuarto constitucional para hacer explícitos derechos indígenas y paridad política; y la reforma al artículo 27 constitucional para permitir a las mujeres heredar y usufructuar la tierra.

A finales de 2007, conmemorando el 14 aniversario del alzamiento zapatista, se realizó el Tercer Encuentro entre los Pueblos Zapatistas y los Pueblos del Mundo, el cual se centró en las vivencias y los logros de las mujeres zapatistas. Así, se trataron temas de salud, educación, y organización.

MUJERES, BASE DEL ZAPATISMO

El movimiento feminista mexicano y el mundo entero se sorprendieron al ver la participación activa de las mujeres tanto en los rangos militares como en la dirección política de las y los zapatistas que se levantaron en armas el 1 de enero de 1994.

En ese entonces la mayor Ana María, a sus entonces 26 años, al mando de más de mil personas, fue dirigente de la toma de San Cristóbal.

Al hablar con cronistas sobre su vida, la mayor contó que como muchas no estudió ni se preparó, por eso se fue a la montaña, donde aprendió a leer, escribir y hablar castellano. En medio de la lucha armada pudo decidir quién sería su compañero de vida.

Por su parte la comandanta Ramona, formó parte del Comité Clandestino Revolucionario Indígena. En idioma tzotzil habló sobre la vida cotidiana de las mujeres en las comunidades, de los días largos, de cómo sufrieron de hambre y malnutrición, cómo se enfermaron, de los puestos de salud que se encontraban demasiado lejos y de los decesos de niñas y niños.

La comandanta recorrió su comunidad llevando su palabra para decir lo que todos sabían pero que poca gente mestiza acepta: el trabajo que implica llevar las artesanías al pueblo y enfrentar discriminación y racismo; el hecho de que los hombres vean mal que sus mujeres tomen la palabra y ocupen puestos, o cómo las niñas desde pequeñas son vendidas a sus futuros esposos.

En la euforia de 1994 la mayor Ana María, al igual que otras mujeres, exigió a los varones zapatistas lo que les correspondía de aquella revolución; el derecho de las mujeres a organizarse y a participar en la milicia, aunque para ellas no sería lo mismo porque tuvieron que demostrar que podían realizar el mismo trabajo que ellos, hasta que se abrieron paso a los más altos mandos.

No sólo las mujeres combatientes se hicieron presentes, como la comandanta Ramona, también estuvieron las adultas mayores, aquellas que permanecieron en los pueblos y que fueron bases fundamentales del EZLN. Ellas se encargaron de la seguridad de las comunidades, monitorearon, diseñaron y cosieron los uniformes de la insurgencia, mantuvieron al ejército alimentado y cuidaron a la niñez mientras las jóvenes y los varones salieron a luchar.

Es por eso que sus demandas tuvieron que ser escuchadas. Junto a la Declaración de la Selva Lacandona, se publicó la Ley Revolucionaria de las Mujeres. Diseñada desde 1993, en ese documento, las indígenas demandan un salario justo, el derecho de tener cargos en la comunidad, el derecho a salud, educación, a una vida sin violencia, y -cosa inédita- el derecho de elegir a su pareja y la cantidad de hijos e hijas que quisieran tener.

Para construir esa ley la comandanta Ramona fue la encargada de recoger las opiniones de las comunidades tzotziles y la comandanta Susana, la palabra de las comunidades tzeltales. De forma aguda las mujeres indígenas problematizaron la relación entre el cambio y dejar atrás las tradiciones o costumbres que las mantenían en los ciclos de marginación y violencia.

En ese entonces las feministas críticas cuestionaron cómo las mujeres podían participar en una lógica de guerra y una institución tan patriarcal como es un ejército. Observaron que las mujeres destacadas del zapatismo se limitaron a leer cartas del Subcomandante Marcos y que los traductores de Ramona, por ejemplo, en vez de traducir se metieron a interpretar.

Con todo, la Ley Revolucionaria de las Mujeres tuvo repercusiones tanto en el movimiento feminista como en el indígena y desencadenó un debate amplio. A pesar de las críticas preponderó la inspiración que las mujeres chiapanecas dieron a otras indígenas y a muchas mujeres que luchan por la igualdad en el país. Aunque aún faltaba esperar que se cumplieran sus demandas.

A 24 AÑOS DEL LEVANTAMIENTO...

A 24 años, hoy Chiapas continúa siendo el estado más pobre de México, y muchos municipios indígenas carecen de servicios básicos como agua, energía, y salud.

Según el último diagnóstico del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), en 2012, 75 por ciento de la población chiapaneca se encontraba en pobreza y 32 por ciento en situación de pobreza extrema. Niveles iguales a los de 1994, según la investigadora de la Universidad de Harvard, Viridiana Ríos.

Al nivel nacional, Coneval reporta que 45 por ciento de la población se encuentra en situación de pobreza y 10 por ciento en pobreza extrema.

Al hablar de salud en Chiapas, donde la sociedad es diversa, en los municipios mayoritariamente poblados por indígenas, las problemáticas se agudizan. La organización Melel Joxobal constató en 2015 que las complicaciones de embarazo y parto eran la principal causa de muerte en mujeres indígenas.

Ese mismo año la Secretaría de Salud informó que la Razón de Muerte Materna (RMM) en Chiapas era de 68 por cada 100 mil nacidos vivos, en tanto, la medida nacional se ubicaba en 39 decesos, esto significa un 43 por ciento más.

En suma, muchas adolescentes se casan a edades tempranas y tienen poco acceso a información sobre planificación familiar. En los altos de Chiapas, 73 por ciento de las mujeres tuvo su primer hijo entre los 11 y 19 años de edad, según la Encuesta de Salud y Derechos de las Mujeres 2015. Esto les impide una libre decisión sobre sus proyectos de vida, constata Melel Joxobal.

La educación debería de ser una parte fundamental para preparar a las niñas a tomar decisiones autónomas, pero en muchos casos, faltan oportunidades. Aunque el país tiene cifras oficiales de escolaridad y alfabetización del 95 por ciento, el rezago educativo de las y los indígenas es significativo. La mitad no termina la primaria, según el Programa de Desarrollo de Naciones Unidas, y el monolingüismo les hace más vulnerables a la discriminación.

LA ENSEÑANZA DE MARICHUY

Este encuentro cobra mayor relevancia porque es parte de la estela de esperanza que dejó la candidatura indígena propuesta desde 2017 por el Concejo Indígena de Gobierno (CIG) y el Congreso Nacional Indígena (CNI) para participar en el proceso electoral de 2018 en busca de la Presidencia de la República, misma que no logró los apoyos ciudadanos suficientes para concretarse, a pesar de la organización ciudadana que causó.

La propuesta del CIG-CNI fue que su vocera, María de Jesús Patricio, conocida como Marichuy, llevara la voz de los pueblos indígenas al proceso electoral, que fuera ella, una mujer indígena, quien hablara a la ciudadanía del despojo de las tierras, la explotación, la opresión y discriminación que viven las personas del México de abajo.

La precampaña de una mujer indígena hizo ver que todavía hay un país que desprecia a las personas por su color de piel, su sexo, o su nivel de estudios, pero además que se niega a escuchar lo que tengan que decir. Y aunque los partidos políticos actualmente deben postular a personas indígenas en 13 distritos electorales para competir por una diputación, la realidad es que la discriminación persiste.

Las expectativas puestas en este encuentro fueron altas. Convergieron mujeres de todas las edades y nacionalidades, de diversos países.

Todas ellas vertieron 202 propuestas de actividades, saberes y experiencias con el objetivo común de compartirlas a lo largo del encuentro; desde música, danza, teatro, circo, cuentacuentos, presentaciones de libros, dibujo, fotografía, cine y deporte.

Es quizás este encuentro una forma de seguir reflexionando y hacer organización para formar esas resistencias de las que habló Marichuy en su paso por los pueblos de México.