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2016-02-18 |
La esencia de la tecnología |
“Each afternoon you train baboons to sing” King Crinsom Hace poco, una socióloga amiga mía se quejaba de que los nuevos programas académicos le habían dejado sin clases en cierta universidad. “Los tecnócratas —se lamentaba—, siempre los tecnócratas. Ellos quieren acabar con la cultura”. Que la queja proviniera de ella no dejó de extrañarme pues, hasta hace muy poco, casi nadie hubiera calificado la sociología de actividad cultural. Lo que no es extraño es la queja. En realidad, la tecnología y la cultura tiene una larguísima historia de desconfianza y la actual pugna de los-que-sí-sabemos-leer contra los tecnócratas no es más que el capítulo más reciente. Hasta hace muy poco tiempo, se decía que las cartas de amor o las dirigidas a familiares o amigos cercanos, debían ser manuscritas. Utilizar la máquina de escribir era anatema. “¡Cómo podrás hablar con el corazón, si empleas ese grosero artefacto tecnológico!” me llegaron a reclamar. En tiempos más recientes, muchas personas siguen considerando, por ejemplo, que las generalmente cursísimas invitaciones de boda deben entregarse personalmente —que las ciudades modernas abarquen incontables hectáreas es secundario— o que sin importar si el remitente se encuentre en la Tierra de la Reina Maud, las cartas “personales” deben enviarse por correo. Ni hablar de teléfonos o e-mails. Por razones bastante misteriosas, el mundo se ha dividido en dos bandos. Los que hacen tecnología y los que se quejan de ella, de tal manera que es fácil imaginar a los pintores de las cuevas de Altamira discutiendo, al calor de una buena hoguera —extraordinario adelanto tecnológico— la manera en que las nuevas tecnologías amenazaban a los creadores, del mismo modo que ahora podemos leer por internet miles de palabras denostando, precisamente, a la world wide web. Tal vez, lo que se pierde de vista es que la tecnología y el hombre son, básicamente, inseparables. Benjamin nos definió como “hacedores de herramientas” y desde el punto de vista etimológico, “tecnología” es el discurso de las artes estéticas y aplicadas aunque, claro está, el término ha ido variando de significado para convertirse en la actualidad en algo diferente, desvinculado muchas veces de las creaciones intelectuales. Algunos estudiosos aseguran que es probable que esta controversia se origine en un mal entendido. Muchas veces suponemos que todo aquello que nos aleja de nuestro entorno “natural” nos es ajeno, que la tecnología nos traiciona pues cuanto logramos por medio de técnicas e instrumentos nos aleja de una vida parecida, por ejemplo, a la de los monos aulladores. Así, privilegiamos la espiritualidad, la música, la literatura, la contemplación de la belleza, la religión, la política y otras actividades similares como esenciales del animal humano. Sin embargo, la verdad es precisamente lo contrario. Los castores construyen diques que modifican el entorno; las hormigas con sus túneles y las termitas con sus túmulos de vivienda, hacen lo mismo. No obstante, ningún animal fuera del humano tiene creaciones simbólicas para interpretar la realidad. Cuando un perro mueve la cola no lo hace en términos de lenguaje, no está metaforizando; simplemente la mueve porque está contento, no quiere —ni puede— expresar nada más; le está vedada la oportunidad de interpretar una realidad. El lingüista Edward Sapir aclaró el punto: “esas exclamaciones instintivas no constituyen una comunicación en el sentido estricto de la palabra”. Ante la maravilla que significa crear el mundo, realmente qué importa la discusión de qué es o no cultura, o en qué consiste la tecnología. Reconozcámonos todos —artistas y tecnócratas— como seres humanos y trabajemos juntos en la recreación de la realidad, que es lo que nos hizo diferentes de los animales, por cierto, no hace tantos miles de años. |