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2015-08-19
Nuestro racismo
Cualquier tarde, en cualquier ciudad de México, la televisión transmite su contenido a millones de personas. En ese contenido, llama la atención la cantidad creciente de anuncios de cremas y otros remedios que prometen aclarar la piel de las personas, eliminar de su tez las impurezas y el color oscuro producto de la contaminación.

Aseguran que al aclarar la tez se perderán complejos, se adquirirá belleza. Lo oscuro es como una enfermedad, es impuro, casi una maldición, pero la ciencia “del hombre blanco” en un renacido cliché ofrece una solución a personas que realmente desean el éxito, que de verdad quieren diferenciarse en un país que alguna vez hablara con orgullo de su mestizaje, que imprimiera la divisa vasconceliana en el escudo de la Universidad Nacional Autónoma de México.

El ansia de palidez es patológico. Además, a medida que aumenta la búsqueda de pieles sin melanina, se agrava el desprecio hacia quienes la tienen. Es más que un secreto a voces que en México, en antros y restaurantes, hoteles y centros vacacionales, se discrimina al moreno, al que no se ve “de clase”. Es evidente, he presenciado cómo, en algún spa exclusivo y escondido, se permite la entrada de un güero chamagoso, pero con aire extranjero, y se ahuyenta a un mexicano típico sin importar --ironía de ironías-- que el primero sea absolutamente mexicano y no traiga un centavo y el segundo, ciudadano estadounidense, esté dispuesto a dejar muchos dólares en el lugar (después vendrán los “I’m sorry”, pero por lo pronto, se ejerció la afrenta de la discriminación).

Dice Enrique Krauze en su ensayo “Problemas y no problemas”, que los mexicanos deberíamos contar nuestras bendiciones y añade:“México tiene muchos problemas pero también muchos no problemas. Uno de ellos es el étnico”. Luego de esta afirmación, el autor nos pide que preguntemos qué es el racismo “a un judío superviviente del nazismo, a los huérfanos y viudas de Bosnia o alguno del medio millón de negros que marcharon hasta el Capitolio en Washington”. Sin embargo, con el respeto que merece el autor, esta afirmación es tan simplista como decirle a una mujer golpeada por un marido: “no te quejes, esto no es violencia familiar; si quieres sabe lo que es violencia, pregúntale a una mujer al borde de la muerte”.

El México de hoy se está reforzando con gran ímpetu el cáncer del racismo de “baja intensidad”, como lo denomina el investigador Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán, porque ahora tiene el apoyo de los grandes empresarios de la comunicación y la mercadotecnia, a rendir homenaje a los rubios. Ya no es ni siquiera de mal gusto halar de “prietos feos” o “nacos”; ahora, es común escuchar comentarios como el que se expresó en cierta universidad particular: “¡Qué horror! tengo el gen naco; nomás me da tantito el sol y me pongo prieto”.

Una vez más, madres y abuelas buscan con ansias los cabellos rojos, los ojos “de color” --como si el café implicara su ausencia--, las pieles pálidas en hijos y nietos que, si las tuviesen, indicarían serios problemas de salud… o la existencia de relaciones extramaritales, todo para parecerse mejor a los anuncios globales de prendas y artículos fabricados en China con marcas europeas o estadounidenses. Todo para convertirnos en una copia pirata precisamente de quienes nos desprecian.
 
 
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