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2015-09-03
Escribir es un verdadero fastidio
Escribir es un verdadero fastidio. Bueno, al menos a veces parece que lo fuera. Cientos --miles, millones, ¡qué más da!-- de palabras que digan algo significativo, importante, interesante... esto sí es vanidad de vanidades.

Cuando ese desánimo parece que nos alcanza, escuchamos: "Quizá entonces se volvió malo, o quizá ya era de nacimiento", hace decir a sus personajes Juan Rulfo en "Acuérdate" de El llano en llamas. Pues así son las cosas. Quizá la gente se cansó de esperar, se cansó de creer, se cansó de la bondad o, simplemente, así nació. Yo me inclino a pensar que la segunda opción es la acertada.

En este mundo postmoderno las personas optan por sus pequeños cotos de poder y los explotan al máximo. Ya sea como policías de tránsito o vendedores de licuados, muchas veces de lo que se trata es de imponer su ley, de dar rienda suelta a sus frustraciones haciendo que la vida sea prácticamente imposible para quienes tienen la mala suerte de caer en su esfera de influencia.

Sin embargo, estas personas serían ruines en cualquier otra época. Cierto, tal vez las circunstancias facilitan la manifestación de la pobreza de su espíritu, pero la gente tiene plena responsabilidad sobre las elecciones que toma, las cosas que hace.

Es muy fácil decir que en este mundo todo es igual, que todo se presenta sin matices. Ya ni siquiera somos maniqueos, ¡qué flojera da pensar siquiera si algo es bueno o malo. Mejor así, vemos todo como en una película y según vaya pasando, las cosas son así. Orwell era un pobre optimista pues, en realidad, las cosas son mucho muy sencillas y más demoledoras si en realidad ni siquiera nos importa lo que pase, ni las consecuencias de lo que hacemos.

Conque todo sea emocionante, divertido, vendedor, exitoso, agradable, sin bordes ni aristas, simpático y, sobre todo, de utilidad práctica inmediata, es suficiente. Así, los estudiantes que se pregunten ¿a mí para qué me sirve la semiótica? tienen toda la razón; los jóvenes que necesitan que les digan quienes son los malos en las guerras, también, al igual que las señoras que no quieren oír de problemas, guerras no hambre, o los tipos a los que solo les importa el clásico de futbol.

También, como decíamos antes, están los del otro extremo. Los amargados, los que tienen relaciones insatisfactorias, y pretenden vengarse con el mundo. Sienten que son el Raskólnikov de Dostoiesky y dicen con él: "el hombre extraordinario tiene derecho, no oficialmente, sino por sí mismo a autorizar a su conciencia a franquear ciertos obstáculos, en el caso de exigirlo así la realidad de su idea, que en ocasiones puede ser útil a todo el género humano".

Por supuesto, estas personas ignoran, muchas veces culposamente, que no son extraordinarios en ningún sentido y que, a fin de cuentas, es más importante la vida social que la individualidad egoísta. Estas personas también provocan males sociales muy graves, porque como decíamos antes, muchas veces están en pequeños cotos de poder, pero otras, por situaciones extraordinarias que se dan en la vida, pueden llegar a lugares muy altos del poder público y el daño que ocasionarán será entonces mayor.
 
 
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