Miguel Tirado Rasso / Temas Centrales |
2017-08-25 |
Mucha polÃtica y mucha administración |
Con la carga del peso de la prueba encima, por aquello de la fama del partido que sabia gobernar, el PRI rompe candados y abre posibilidades a simpatizantes que puedan sumarle votos en una elección en la que, para bien o para mal, la competitividad polÃtica-electoral, tras la alternancia, plantea posibilidades de triunfo a partir de un poco arriba de un tercio del total de votos emitidos. Asimismo, otros partidos polÃticos están ocupados en la tarea de sumar aliados para fortalecer sus posiciones. La buena noticia de semejante fragmentación preferencial, describirÃa un escenario de alta participación ciudadana en las urnas, reñida competencia entre oposiciones con gran respaldo popular, enfrentadas al enemigo tradicional, el de los tiempos del carro completo, o casi. La mala, la de nuestra realidad, es un nivel de competencia hacia la baja. Partidos polÃticos que no convencen y ciudadanos que, decepcionados de la polÃtica y sus actores, menosprecian el poder de su voto, absteniéndose o anulándolo. El resultado, una votación cada vez menor, que no da para grandes mayorÃas y, en el mejor de los casos, dividida en tercios. En los regÃmenes democráticos, gana quien obtiene el mayor número de votos, aunque sólo sea por la mÃnima diferencia de un voto. Esto, que es una verdad universal en los sistemas democráticos, en nuestro paÃs hay resistencia para aceptarlo y se ha convertido en un verdadero dolor de cabeza por los cuestionamientos, impugnaciones, denuncias y quejas que plantean dudas sobre la veracidad de los resultados y la imparcialidad de las autoridades electorales. A diferencia de otros paÃses, en el nuestro no hay quien acepte su derrota electoral. Todos los contendientes son triunfadores hasta demostrar lo contrario, y cuando esto sucede, son contados los casos en que los perdedores reconocen el triunfo de su adversario, con lo que dejan sembrada una duda que llega afectar la credibilidad de las instituciones electorales, en una estrategia que busca debilitar su autoridad. La época de los triunfos arrolladores se acabó con la alternancia de la elección presidencial en 2000. Vicente Fox (42.50%) le sacarÃa sólo seis puntos a su contrincante priista, Francisco Labastida (36.11%). TodavÃa en la última elección presidencial del siglo pasado, la de 1994, el candidato triunfador, Ernesto Zedillo (48.69%) del PRI, habÃa superado por casi el doble de votos a su contendiente panista, Diego Fernández de Cevallos (25.92%). Y, si bien, como decimos, la competencia electoral, se cerró, a partir de la alternancia, siguió siendo parejera. Es decir, una lucha entre dos, aunque entre adversarios diferentes. En los comicios de 2006, PAN y PRD, con sus candidatos, Felipe Calderón (35.91%) y Andrés Manuel López Obrador (35.29%), respectivamente, tuvieron un final de fotografÃa, desplazando al candidato tricolor hasta un lejano tercer lugar. La elección de 2012, continuó siendo una disputa entre dos, sólo que ahora entre el PRI y el PRD. En esa ocasión, el candidato tricolor, Enrique Peña Nieto (38.20%), derrotarÃa al postulado por el PRD, Andrés Manuel López Obrador (31.57%), por una diferencia de casi siete puntos. El tercer lugar le corresponderÃa a la candidata panista Josefina Vázquez Mota (25.68%). Según prevén quienes hacen pronósticos, la pelea por la silla presidencial en 2018, podrÃa consistir, por primera vez en la historia moderna, en una cerrada competencia entre tres fuerzas fortalecidas por alianzas para disputar el tercio que les permita estar en la competencia. El Ãndice de participación electoral ha ido decreciendo desde la elección de 1994, que fue de 77.16%, mientras que en la de 2000, se redujo a 63.97%, y en la de 2006, a 58.55%. En 2012, volvió a elevarse a 63.14%; sin embargo, algunos cálculos predicen una participación, en 2018, de menos del 50 por ciento. La posibilidad, muy real, de un triunfo con no más de 35 por ciento de los votos emitidos, ha generado inquietud y dudas sobre la legitimidad de quien lo obtenga, al considerar que con una participación ciudadana en las urnas, inimaginable, según mi opinión personal, de un 63.9 por ciento de la lista nominal (85.9 millones de electores), porcentaje que plantea como aspiración el INE, el candidato ganador a la presidencia del paÃs estarÃa siendo apoyado por únicamente 19.2 millones de ciudadanos, de un universo de 85.9 millones de electores. Esto es, estarÃa gobernando a una población cuyo 77.64 por ciento no habrÃa votado a su favor, lo que dificultarÃa la gobernabilidad, según se alega. Ciertamente un resultado asÃ, no es lo ideal, pero sin duda que es legal y de acuerdo al sistema democrático que nos regula, impecable. Si tres fuerzas polÃticas se disputan el poder, en una competencia equilibrada, no es posible pensar en triunfos como los de los tiempos pasados de carros completos o de competencias parejeras. Y tratar de enmendar nuestra realidad electoral, con propuestas como segundas vueltas, resultan ahora improcedentes. Se tendrán que privilegiar los acuerdos, las negociaciones, las alianzas. Agudizar la práctica polÃtica para alcanzar las mayorÃas requeridas para el ejercicio de gobierno. Mucha polÃtica, pero con mucha administración. mitirassso@yahoo.com.mx |