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2017-05-16
Javier Valdez (1967-2017): “Vivir en Sinaloa es un acto de heroicidad”
Al periodista Javier Valdez lo mataron un 15 de mayo del 2017 en la ciudad que cubrió por años. Doce balas terminaron con la vida del cronista del narco y no porque gustara del morbo, sino porque este periodista de pura cepa relató lo que pasaba en su natal Sinaloa sin fabricar novelas de sangre. sexo y cocaína. Hace dos años decía en una de tantas entrevistas que él creía en un periodismo que fuera “más allá de la piel, de la epidermis” para “describir, rescatar sueños, formas de vida de las personas involucradas, pesadillas, objetivos, conductas, recuerdos” que pudieran convertirse en “salvamento ante la impunidad, la corrupción, y esa rendición frente a la guadaña”.

Construyó miles de historias para vencer a la guadaña. Pero un asesino lo ejecutó en la calle Riva Palacio de Culiacán. Y su muerte fue el peor de los mazazos porque para muchos periodistas de México (y otras partes del mundo) lo teníamos como una referencia esencial, imprescindible y salvífica.

No solo creía Javier Valdez en rescatar historias que desmienten mitos (el narco como salvador de los pobres) sino que consideró -siempre y a toda hora- que los periodistas éramos sus hermanos. Los recibía en Culiacán, les daba contactos y contexto y hasta los guiaba en sus investigaciones para ahorrarles la pena de caer en los lugares comunes. Y a los que le pedíamos entrevistas por Facebook, nos las contestaba por email y quedaba siempre al pendiente y agradecido de colaborar con un colega. Por eso, en la espiral de muerte que rodea al periodismo mexicano, su asesinato se resiente más. Porque él parecía tener siete vidas y una rara inmunidad que, en realidad, jamás existió. Si su última columna en Ríodoce fue o no su sentencia de muerte es algo que, por desgracia, nunca sabremos porque su caso desaparecerá en este inframundo de la colusión donde el narco (y su esfera política) tritura todo rastro de verdad, justicia o restitución.


Javier Valdez o el periodismo comprometido


Y aunque quizás no venga a cuento, me dan ganas de decirlo: mientras muchos compañeros (y demasiados editores) aplauden, con redentora pasión, la violencia callejera y golpista que mata sin contemplaciones en tierras caribeñas, aquí nos resignamos a vivir en el laberinto de la impunidad perpetua al cobijo de un gobierno capaz de madrearse maestros, pero incapaz de proteger de los mexicanos del horror. La vida no vale nada y el circuito de la indignación se consume en la impotencia. Y ya que no somos Venezuela, los muertos que aquí enterramos solo sirven para reportes de politólogos, oenegés, equipos forenses y abogados de todo pelaje en misión internacional. Sin dejar de mencionar instancias de protección y otros organismos autónomos de cosecha nacional que garantizan empleo a maestros y doctores mientras dan litera, baño y cocina a algún refugiado de la narcopersecución.


Cancelado, pues, el ritual de los lamentos, algunos optan por la huelga de silencio. Así lo decidió el portal informativo Animal Político y otros seguirán. Y aunque la performance es nueva, el panorama de nuestro descontento inicia y termina en confesión de impotencia. En este país más vale no reportear. Porque, como bien sabía Javier Valdez, uno está solo y tras el derrumbe del imperio del Chapo, ni los viejos sobrevivientes del periodismo mexicano pudieron escapan a la parca

“Me estoy viendo en el espejo de Miroslava” le dijo el culichi a una amiga de La Jornada en el altar improvisado que este periódico capitalino hizo en sus oficinas de la avenida Cuauhtémoc. El asesinato de la veterana periodista de Ciudad Juárez fue una señal. Y no solo lo presintió él. En aquellos días, yo mismo soñé que Javier Valdez estaba en peligro. No soy de temple paranoico ni creo en visiones proféticas, pero mi sueño no tiene nada de especial. En México, cualquier cosa es posible. Y ese mantra neoliberal significa, en esencia, que todos podemos morir y que nadie será juzgado por el crimen recurrente.

Dicho lo cual, se impone el silencio. Y el recuerdo, quizás. Así que mejor les dejo este texto que me contestó el reporteo sinaloense en diciembre del 2011 para un reportaje sobre la guerra contra el narco del infausto Calderón que publiqué en Berria. Hacía pocas semanas que Javier Valdez había publicado Miss Narco y aunque la entrevista se reduce al tema de aquel reportaje, muestra porqué el sinaloense un gran periodista: indagar en las historias para vincularlas en un fresco colectivo que fuera testigo y presencia de lo que nunca debió pasar en su estado natal.

Esta obsesión narrativa lo convirtió en primer testigo de esta derrota moral y social que es la Sinaloa moderna, producto y secuela de una desigualdad eterna fundada en el despojo y el abuso de los viejos y los nuevos capitalistas; desde los latifundistas costeños que fundaron el cártel de la agroindustria hasta los rancheros de la sierra que convirtieron sus sembradíos de marihuana y amapola en reguero de muerte sin fin.

Sirva este intercambio de preguntas y respuestas como postrero homenaje al hombre que jamás conocí en persona pero que siempre tuve cerca de mí. No queda mucho más por decir. Y menos aún por hacer. Se puede callar la verdad matando periodistas y solo se mata a los periodistas que cuentan su parte de la verdad. El resto podrán seguir en sus grillas, sus agendas marcadas y sus enfoques sesgados creyendo que se parecen tantito a Javier Valdez. Pero no es lo mismo jugara al héroe que ser un héroe. Y esta es la singular diferencia entre llamarse Jorge Ramos o llamarse Javier Valdez. Porque no; no todos los periodistas son iguales. Algunos vivirán por siempre en nuestro imaginario colectivo y otros se desvanecerán entre las nieblas de la propaganda coyuntural.

Descanse en paz Javier Valdez.


Una corta entrevista a Javier Valdez sobre las mujeres y el narco

Hace años novelas como La reina del sur parecían, con perdón, jaladas de escritores tremendistas. ¿Hoy se puede decir que la mujer es un poder dentro del narco?

Creo que sí, la mujer, por cuestiones de parentesco –en su mayoría- o bien por experiencia y méritos propios, ha escalado y ahora ocupa un lugar importante en la estructura del narco. En Tijuana, por ejemplo, el cártel de los Arellano Félix está dirigido en parte por una mujer, Enedina. Pero en otras regiones el narco tiene operaciones de tráfico de armas, dinero o droga que son dirigidas por mujeres. Aunque todavía la mujer no ha llegado a emplearse como matona a sueldo, digamos sicaria, sí tiene un papel de importancia en el funcionamiento del aparato, la distribución y venta de droga al menudeo. Por eso han crecido enormemente las detenciones, asesinatos y procesamientos judiciales de mujeres, en esta lucha contra el narco.

¿Cuál ha sido la evolución del rol de la mujer en el narco?

La mujer pasó de ser un objeto, un adorno, una persona que esperaba al amante, novio o esposo capo en su casa, a que éste llegara. O bien la que lo acompañaba en los actos “sociales” de beneficencia y filantropía. Esa mujer, sumisa y tradicional, pasó a ser una entrona, cabrona, de esas que se enfrentan, que andan armadas y participan en ciertas actividades dentro del narcotráfico. Generalmente son mujeres gritonas, acostumbradas a mandar y a que se les obedezca, a ser respetadas y temidas.

¿Es el narco la única vía de reconocimiento y ascenso social para las mujeres en Sinaloa?

Yo creo que más que el esfuerzo y el sacrificio, es el parentesco. Son muchas las familias que han heredado el negocio, que se involucran en éste desde niños: crecieron en él, se van multiplicando, lo asumen como propio, van participando y poco a poco, por ser hija, sobrina, hermana, van ascendiendo y ocupando puestos directivos. Pero no es la única vía. Hay mujeres ejecutivas, que dirigen partidos políticos, muchas en los medios informativos –no solo por sus caras bonitas, sino de reporteras, en la calle, luchando-, pero pocas en espacios directivos. Creo que el narco, igual que a los jóvenes, les da a las mujeres una alternativa de ascenso rápido, pero también las garantiza la tragedia, la vida efímera.

¿La detención de Laura Zuñiga, ganadora de Nuestra Belleza México, fue el detonante de algo que ya se sabía de mucho antes? ¿Cuándo empezaron a conocerse estas relaciones entre mujeres jóvenes y narcotraficantes?

Desde hace mucho, en los ochenta, por ejemplo, están los casos de la hija del ex gobernador de Jalisco, de apellido Cossío, Sara, que andaba con Rafael Caro Quintero. Pero hay reinas de belleza que fueron raptadas o que se fueron “voluntariamente” con narcos, como una de apellido Coppel, a la que se llevó uno de los Arellano Félix, después de haber sido nombrada reina del Carnaval de Mazatlán. No son nuevos, lo que pasa es que no se había dado a este nivel: detenida, con armas, junto a un operador. Antes no se les detenía, y menos con armas.

Pero son historias contadas y comunes, ya sabidas. Y una cosa es que se sepa y otra que se publique, que se haga el estruendoso anuncio de la detención, con toda la parafernalia gubernamental de las armas y drogas, aunque a Laura Zúñiga no la detuvieron con armas, sino que la llevaron, luego de su aprehensión, a un lugar dónde estaban las armas, para la foto. Las relaciones de jóvenes, de bellezas, con el narco, no es nueva. De hecho van juntos: poder y belleza.

¿Cuál es el papel fundamental de las mujeres en la estructura empresarial del narco: administradoras, ¿pero sicarias también? ¿Qué pruebas hay de su involucramiento en actos de terror?

Ya lo dije antes. No matan a sueldo, pero sí mandan matar por celos, por amor o envidias, despecho o un pleito de tráfico vehicular o diferendos de sus hijos con maestros o vecinas. Ahora administran y dirigen negocios, operaciones de lavado de dinero, de traslado de droga y armas. Sacan la pistola ante cualquier eventualidad, pero no para disparar a matar, sino para amenazar y atemorizar. Hay muchas pruebas, basta ver los números de muertas y encarceladas. Tiene qué ver también con la degradación social, esta terca descomposición.

¿Las mujeres son también víctimas de la otra cara del narco: adicción a las drogas y objetos de venganza entre cárteles?

Sí, por supuesto: cuando matan a un capo muchas veces van también contra la novia o la amante, porque tienen información, saben de movimientos, negocios, rutas, contactos, o bien fueron indiscretas y lo contaron. Muchas de ellas terminan muertas y si tienen suerte son detenidas. La mayoría son adictas a la coca. Otras, de menor nivel, al cristal u otra droga sintética. Pero la coca, que es de más clase y cara, es la predilecta.

Habían normas para no tocar a las mujeres de los capos ¿Se rompieron realmente estas normas y la mujer ya no está a salvo del sistema de represalias del narco?

Sí las había. No mujeres no niños. Un sicario me platicó una vez que le ordenaron matar a un jefe de la policía. Cuando lo buscaron para asesinarlo iba con su mujer, así que lo dejaron ir. Esperaron unos días, lo siguieron y cuando se dio la oportunidad lo mataron a él, nada más, porque iba solo. Eso ya no se respeta, es parte de la descomposición, y de que muchos capos usaban a sus hijos y mujeres como escudos, para que no los mataran. Ahora no las usan como escudos, pero igual los matan, incluso cuando los o las acompañantes no tienen nada qué ver, si son niños, hijos de vecinos, sobrinos, mujeres embarazadas a las que llevaban de raite, etcétera. Nadie está a salvo. No hay reglas. Todos los acuerdos, además, se rompieron. Y los niveles de violencia son cada vez mayores, crueles, espantosos y prehistóricos.

¿Se puede hablar de una vieja y poderosa narcoburguesía en Sinaloa que es el referente del éxito, el poder y la emulación para la población del estado?

Sí, cada vez son menos los burgueses rancios, que tienen lana desde hace mucho, con negocios lícitos. Los que tenían negocios legales los perdieron o bien fueron cooptados por el narco, que ahora tiene nexos con todo mundo, compra, vende, es cliente, empresario, proveedor. Y los que tienen dinero y no son narcos, quieren serlo, con tal de verse temidos, queridos por las mujeres, atractivos para los negocios y “respetados” y admirados.

¿Qué contrapesos reales, espacios de libertad y crítica, existen, contra el poder de los cárteles en el norte de México y que papel asume la mujer en ellos?

Ninguno. Tal vez, pero poco, los medios. Aunque la mayoría no investigan y sólo se limitan a contar los muertos. En general, los medios nos hemos olvidado de las historias humanas detrás de los números. Siempre está la amenaza, la acechanza del narco, que llega incluso a mandar en las redacciones, a obligar al ciudadano a perder sus espacios públicos –calles, banquetas, plazuelas, centros comerciales- por el terror que siembran ellos y el gobierno con sus operativos abusivos. Son pocos los medios que ejercen la crítica y son valientes, como pocos también los organismos de defensa de los derechos humanos que mantienen su postura contra el narco, pero también contra los abusos del gobierno.

¿Cómo y porqué el estado de Sinaloa se convirtió en el ejemplo, el resumen y la conclusión del narcotráfico a nivel mundial? ¿Cuáles serían, fuera de tópicos, las causas históricas reales?

Durante la segunda guerra mundial Estados Unidos y México coincidieron en sembrar amapola en la zona serrana de los estados de Durango, Chihuahua y Sinaloa, la llamada zona dorada o triángulo dorado, para surtir de morfina a las tropas en el frente de guerra. Pero antes, a principios de ese siglo, los chinos ya mercaban goma de opio. Cuando terminó la guerra la siembra y el tráfico se salió de control y los gobiernos locales y federales se hicieron cómplices del narco para obtener privilegios y recursos. Al poco tiempo el tráfico se acompañó de competencia entre organizaciones y luego en enfrentamientos y muertes, armamentismo y cotos de poder. El gobierno federal y el estatal iniciaron a finales de los setenta y principios de los ochenta la Operación Cóndor y muchos de los capos y sus familias emigraron a Guadalajara, Jalisco. Todos los narcos “pesados”, como Rafael Caro Quintero, Miguel Ángel Félix Gallardo, los hermanos Arellano Félix, Ernesto Fonseca Carrillo, son de aquí. Y los otros, que ahora permanecen, como Ismael Zambada, Joaquín Guzmán, los Arellano, los hermanos Beltrán Leyva, los Carrillo Fuentes. Todos, descendientes de los primeros que mencioné, también son de aquí. Y muchos terminaron operando, por conflictos o conveniencia, en otras regiones del país. Por eso llaman a Sinaloa La cuna del narcotráfico.

¿Reportear en Sinaloa es tarea imposible?

No es imposible, pero en realidad vivir en Sinaloa es una proeza, un acto de heroicidad, y eso incluye a todos: periodistas, maestros, burócratas, policías, amas de casa, estudiantes. Todos estamos amenazados por estos dos fuegos. Lo que uno debe y puede ser es administrar los riesgos, ocultar ciertos datos –de capos, por ejemplo, identidades, operaciones específicas- en las historias, porque publicarlos sería exponerse, perder el pellejo. Lo que uno hace es administrar la información para evitar riesgos y amenazas, porque se trata de gente poderosa, que pasean por las calles con veinte sicarios, protegidos por la policía. Pero además, el narco en estas ciudades no es un problema policiaco, sino una forma de vida, de sobrevivencia en medio del terror.

¿A qué atribuyes, desde tu trinchera, tantas muertes de periodistas locales que cubrían la fuente del crimen organizado?

A la complicidad entre los policías y los narcos, la imprudencia de los periodistas, la corrupción de estos ante al narco, la impunidad que garantiza que no habrá castigos ni detenciones, el abandono de periodistas por parte de las empresas, lo intocable de los capos y policías, el gobierno de los malos, los que mandan, los que jalan gatillos y tienen armas.

Y para acabar, 17.000 muertos y tres años. ¿Cuál es a tu juicio el balance de la guerra que emprendió contra el narco el presidente Calderón?

Es una guerra perdida, torpe, imprudente y falta de inteligencia, porque fue como golpear el panal de abejas y ahora éstas se extendieron por todo el país. No hay ataques contra el lavado de dinero ni detenciones de los políticos que operan desde el poder, encumbrados, el narcotráfico y dirigen el crimen organizado. Además, nos mantiene a los ciudadanos atemorizados por los operativos y también por el narcotráfico, que no solo no ha disminuido sino que cobra más vidas y de manera cada más cruenta e inhumana. Así que para mí esto es un fracaso y de seguir esta tendencia pronto no habrá salida ni salvación. Y entonces tendremos que salir a las calles, todos, con las manos en alto, gritando, me rindo, estamos rodeados.
 
 
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